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LO QUE NO TERMINA DE IRSE

LO QUE NO TERMINA DE IRSE

TEXTO

Gabriel Fernández

INAUGURACION:

21/3/24

CIERRE:

22/6/24

TEXTO DE SALA

¿Cómo estás S.? Sé que estás un poco lejos y andas pasando por un mal momento pero quiero contarte sobre los cuadros de Lourdes Álvarez que vi el otro día y me trajeron muchos recuerdos de momentos compartidos. Son pensamientos un poco sueltos, intuiciones más que certezas, pero bueno, vos sos mi amigo, me conocés hace años y vas a poder reponer todos los baches que pueda llegar a haber.


Isidoro Slullitel dice en su famosa Cronología que: ”Los rosarinos habitamos una ciudad de la cual siempre nos sentimos un poco ausentes. La transitamos, discurrimos por sus calles, pero también la olvidamos…” Creo que hemos sido un poco injustos con esta ciudad. Lourdes, por fortuna, le rinde homenaje a esos rincones anónimos y solitarios en muchas de sus pinturas.

Vemos una ciudad fantasma, una ciudad donde todos se han ido. Sin embargo esa ausencia refuerza la presencia con algunos rastros dispersos. En estos óleos aparecen representados espacios reconocibles, rincones icónicos de la ciudad o postales de esquinas desiertas y anónimas. Muchas veces son lugares de paso como una parada de colectivos o la mesa de un bar, sitios vacíos y silenciosos pero que están expectantes. ¡Si habremos pasado mil veces por esquinas así en nuestras caminatas sin rumbo de adolescentes sin prestar demasiada atención! ¡Y las veces que esperamos eternamente el colectivo después de alguna juntada!


A pesar de todo esto, en los cuadros de Lourdes, hay que mirar dos veces porque sus pinturas nos resultan familiares en un primer momento pero al volver a mirar vemos que algo ha cambiado. Quiero decir, las cosas no están tal cual las recordamos, los colores y formas son distintas, y entonces, empezamos a dudar de nuestra propia memoria. Todo parece enrarecerse y caer bajo el poder de una fantasía cargada de nostalgia. Sus reconstrucciones son fuertemente subjetivas y dan como resultado atmósferas cargadas de nostalgia y ensueño.


Todas sus pinturas parecen semilleros de historias. Un naipe tirado en el suelo, unas migas sobre un plato, o una flor apoyada sobre un banco pueden ser el germen de una relato que se completa dentro nuestro. Rastros de algo que ya no está, indicios que nos toca recomponer armando nuestra propia versión de lo que allí ocurrió o está a punto de ocurrir. Son entornos vacíos que revelan una paradójica presencia desde la ausencia. Están a la espera, es como si intentaran recuperar ecos de vivencias pasadas o futuras.


Me acuerdo que cuando era muy chico atravesamos el túnel Arturo Illia con mamá. Íbamos por la veredita que tiene a los costados. No sabíamos que estaba prohibido circular caminando pero pasamos igual. Solo recuerdo el miedo de sentir el paso de los autos y la oscuridad de las paredes circulares cerrándose en lo que yo creía un camino larguísimo. En la pintura de Lourdes hay una bici se mueve como poseída en la entrada del túnel en forma de semicírculo. La calle es verde y las paredes son violetas y rosas. No hay nadie alrededor, ni vemos luces ni animales, solo la bici avanzando hacia la oscuridad a lo lejos.


Recuerdo, también, haber ido con vos una vez al Parque del Mercado. En un momento me acosté en los bancos de cemento y miré las nubes al atardecer. Imaginaba que las formas inmensas que veía lejísimo guardaban castillos y fortalezas para mí eran imponentes dentro de tanto vapor de agua. Lourdes tiene una obra de pequeño formato con una nube azulada con casita encima que, a su vez, carga un personaje. La pintura transmite esa misma sensación de ensoñación. La contemplación parece ir a la velocidad de esa nube, sin prisa pero sin pausa.


Su cuadro de el Gusano Loco del Parque Independencia despierta emoción. Es todo un ícono de la nostalgia rosarina y un símbolo de una época. ¡No te explico la emoción que genera! Lo tenés que ver. En el lienzo el aparato guarda expectante en un lugar indefinido con un suelo regado de flores amarillas. ¿Cómo llegó ahí? ¿Porque el suelo está regado de flores amarillas? ¿Será que llovieron como en alguna escena maravillosa de un cuento?


Yo no sé a dónde van estos recuerdos pero creo, y algo así decía Bachelard, que hay experiencias compartidas por todes en ciertos espacios. Formas de articular ideas y sensaciones con espacios que nos fueron familiares: nuestra casa, algún rincón particular, la inmensidad del afuera. Un túnel, por ejemplo, parece una cueva, una parada de colectivo es una pequeña casita y cuando llueve nos permite resguardarnos y sentimos seguros.


Lourdes también personifica animales y objetos y va repartiendo palabras y frases en el lienzo. Hay un universo de objetos cotidianos, con los cuales podemos identificarnos: delfines que predicen el clima, ventiladores antiguos, botellas de vino que lloran y una caja de fósforos marcada por el desencuentro. Cada lugar pequeño o grande guarda un vínculo con personas y cosas.


Yo creo que para Lourdes el acto de pintar puede transformarse en una manera de marcar un ritmo, de habilitar un tiempo detenido pero en estado latente. Pintar también se puede convertir en un acto reparatorio que recupere imágenes y reconstruya poéticas dispersas que se pierden en el día a día. Sus pinturas evocan emociones y sentimientos que se borran en el continuo deambular que nuestra mirada distraída casi borra de nuestra memoria.


Bueno, si se me ocurre algo más que decirte te vuelvo a escribir.

Espero verte pronto.

Un abrazo

Gabriel Fernández

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