TEXTO DE SALA
Toda presencia deja un rastro y toda ausencia, un registro: todo registro cambia al mundo. Si te vas ¿Volveré a recordarte? Cuando te hayas ido ¿Quedará algo de ti? Esos momentos que compartimos sin nostalgia ¿Dejarán signos de lo que ha ocurrido?
Estas y otras preguntas me rondan mientras pienso en este sillón que no conocí, pero sigue siendo un viejo amigo. Sobre su lomo más de cinco generaciones se cortejaron, y seguramente sirvió de marco para encuentros y decisiones. Del almohadón que reposaba sobre él a toda hora, cualquiera sabe o recuerda que a nadie nunca resultó cómodo, pero lo único que es funcional, y lo preserva del tiempo, es el diálogo de ciegos que el sillón sigue sosteniendo con el empapelado del muro que lo sostiene e inmoviliza. Puede cambiar de forma, de color, de textura. Incluso si estallara en fragmentos, si intentara dejar de ser un sillón, abandonando el mundo académico y figurativo, para intentar convertirse en un retazo, un borde, algo que reposa sin historia, un fragmento, no creo que lo consiguiera, porque al modo de los hologramas, en cada fracción, en cada trozo, se mantiene la imagen completa, y persiste la evocación, no del sillón ocupado o vacío, sino de la ausencia, el recuerdo, lo sucedido, cada pequeña historia, todo instante.
Y sin embargo, sin haber tenido nunca jamás proximidad con un sillón como el que intuyo, yo siento que pude haber estado en este sillón que ahora, frente a la obra, evoco, ser parte de la escena ¿por qué no buscarme? Mis amigos podrían haber ido un día de visita, ser parte de una celebración, de un evento feliz, oscuro o indecible ¿porqué es que no están? y allí, en la parte mejor protegida de la intimidad personal más familiar, como una sorpresa ansiada, está también aquello en lo que podríamos reconocernos, aquello en lo que nos reconocemos.
Las innumerables trampas para tratar de capturar el presente, representar al sillón, dibujar otra cosa para deshilvanar los lazos que al sillón soportan: almohadones, tapizados, ebanistería, apliques, costuras y tallados, sólo consiguen aportar vanidad al presente, un intento huero, como si el recuerdo fuera a perdurar, como si el dispositivo de líneas, colores y volúmenes fuera a capturar el instante que ni siquiera se muestra.
También es infructuoso el intento de desarmarlo, despiezarlo retazo por retazo: el diálogo de formas, colores, texturas y signos misteriosos que se ven a lo lejos, en el empapelado del muro, por ejemplo, se sostiene igual, de cualquier manera, incluso perdura en la ausencia del muro, del empapelado, de lo vertical. La operación maravillosa de intentar encontrar un fragmento diferente sólo termina por recrear, en otros colores, otras formas, otro tiempo, otras dimensiones, el diálogo original que ha sido en otra era una conversación sencilla, una discusión subida de tono o un momento de afecto filial, incluso una siesta, pero ya no encuentra significado . En el incontenible fluir de formas, texturas y colores, el diálogo, que sobrevive a toda operación posible, guarda, sin su significado, unas condiciones aún reconocibles, venerables, efímeras, entrañables.
Eugenio Previgliano,
Rosario, agosto 2022