TEXTO DE SALA
Gabriela Muzzio ha transitado todos los años de su recorrido artístico abocada a ejercer el oficio de la fotografía y dentro de ese vastísimo territorio se permite pisar suelo movedizo, volver a ver por primera vez. Deshabituar la acumulación de gestos que diseñan una coreografía en el ejercicio de un saber hacer. El momento presente le ofrece una intensidad inestable, desde el fondo de ese tiempo que construye la autoridad que desborda una necesidad primaria y salvaje: “un anhelo del material”. Un abandono de la imagen fotográfica entendida como indicio de una verdad que sería posible reponer mediante el lenguaje.
La artista produce una interrupción allí, para dar paso a la materia viva que reacciona a sus entornos lumínicos y atmosféricos con la timidez y la urgencia de aquello que despierta de un letargo. La fuerza de la acumulación es multiplicada por el desconocimiento del origen y el destino trunco de ese material guardado y vencido que no para de brotar. Una progresión fractal al infinito. Esta materia largamente inutilizada para sus fines programáticos, es súbitamente liberada a una segunda vida, de continuo fondo liso.
Los papeles se activan al pacífico contacto con el aire, se entregan a su toque y se estremecen en la inmediatez de su despertar. La respuesta es cromática, las variaciones son infinitas dando lugar al acontecimiento de un aparecer: un presente continuo del color. El color se torna un fenómeno vertiginoso e incierto y es precisamente esta cualidad la vía de expresión de estas criaturas sensibles. “Aunque yo cierre los ojos o los vuelva a abrir, el mar sigue estando allí en su ondulación de las olas” (Francois Jullien, Lo inaudito)
A partir del giro en el ritual fotográfico de la exposición, el material se libera de sus obligaciones productivas y el tiempo se actualiza, no el tiempo de la historia, sino el tiempo de una extrañeza radical. Esas pantallas fluidas y evanescentes se vuelven planos de sensibilidad agonizante. Saben que su dulce resplandor va a encontrar ese otro tiempo en el que dejarán de respirar. Su pulso vital encontrará el umbral de su detención y así esa desnudez será revestida con una nueva liminalidad, no la del cálculo y el vencimiento, no la de las mediciones y los instrumentos.
“El mundo existe independientemente del hombre” (Itsuo-Tsuda, El no hacer). La actividad fotográfica está reducida a la mínima expresión: sacar el papel sensible de los sobres y exponerlo a diferentes calidades e intensidades de luz, entregarlo a la oxidación y con ello, otorgarle una vida efímera. El proceso se consuma sin fijación. Se trata de una acción sin dirección, ausente de voluntad. La única tarea es atestiguar esa procesión informe de luz y, suavemente, acompañar la gracia de ese movimiento, de manera tal de no interponerse. Una acción perfecta.
Romina Garrido / Patricio Escobedo